Pedaleos culturales: Hacienda El Huique, "la casa de los presidentes de Chile"
Hace años quería conocer la Hacienda El Huique, y sin pedirlo ni esperarlo, hace poco lo pude hacer. La ruta iniciaba como siempre en Chimbarongo (lugar donde vivo) a 70 km de Palmilla (lugar donde está la Hacienda). Me subí a la bici tipo 8 am, no sin antes revisar el aceite, y llevar una mochila con comida, unas sopaipillas que hice el día antes, pues se suponía que llovía, y pensé que era un sábado excelente para amasar y obviamente comerlas con manjar. Además de eso unas galletas rellenas con dulce de membrillo, que nunca deben faltar, naranjas, y otras cositas más.

La ruta es bastante amigable y rápida, solo hay que tener cuidado con los caminos que tienen poca berma, y entre eso disfrutar de lo lindo que esta el Valle de Colchagua. Con la llegada de la primavera, los campos están siendo arados, han nacido animalitos, y las flores silvestres están decorando los caminos con sus colores.
Desde Chimbarongo nos fuimos a San Fernando, tomando caminos interiores: Lo Moscoso, Placilla, Nancagua (que fue parada obligada al baño), en la Compañía de Bomberos, y si no, hubiese sido en los Carabineros. También aprovechamos de recargar la guatita con sopaipillas, obvio! Seguimos a Cunaco, Santa Cruz, Palmilla al fin, llegando al Huique.
Hace rato que ya quería un café, miré un lugar donde vendían pan amasado pero me dijeron “en 700 metros empieza la aventura”, lo único que vi al principio fue el puente de madera, y dije “ah qué bonito”, pero seguimos, (yo seguía pensando en el café), pasamos por la plaza, y nos metimos por un camino sin asfaltar (ahí siempre me entra el pánico de que puede venir el pinchazo), y de repente apareció un lugar que hace años quise conocer, pero que post 27F, estuvo cerrado por restauración: La Hacienda El Huique, también conocida como “La casa de los presidentes de Chile”, casa de descanso del Presidente Federico Errázuriz Echaurren, construida en 1828, en la época de la República de Chile. Ahí frente a mis ojos tenía lo que quedó y que aún sobrevive de “La Hacienda”. En mi mente viajé e imaginé la vida en esa Hacienda de 30 mil hectáreas que se formó en la Estancia Larmahue (y ahí se fue dividiendo). La entrada cuesta 3 mil pesos.

Bien, su estilo de construcción corresponde a lo que en Chile se denomina como casa chilena de patios y corredores (aunque es poco lo que queda de ella), con un diseño de influencia romana traído a Sudamérica por los españoles. Ahora, si quieren pueden utilizar toda su imaginación. Dejamos las bicis descansando en la entrada, el recorrido comienza en una sala donde hay muchos carteles de corridas de toros (recuerden que toda esta gente tenía la descendencia directa española, siendo muchos de ellos criollos=españoles nacidos en Chile). Le siguen las habitaciones, cada habitación aún está con su decoración, roperos, tocadores con cubiertas de mármol, los lavatorios de porcelana, porque la higiene era parte importante del día a día (igual hay unos baños que fueron construidos ahora en 1900), todo este recorrido se hace por el corredor del patio que tiene unas enormes palmeras, en su mejor época llegó a tener 22 patios SI!! 22). Dentro de lo que aún queda destaca dentro de su construcción es la Iglesia San José del Carmen (1852), con cúpula de cobre y pasamanos de cristal murano (con la suerte que había misa, y también celebran a la Virgen del Carmen, así que estaba todo pasando).

Desde hace años se ha mantenido una constante labor de conservación, y cada reliquia que existe ahí, lo demuestra. Sus lámparas colgantes, sus muebles, sus cuadros, espejos, un sombrero o “bonete huicano” (sombrero de copa en punta con ala ancha, confeccionado en lana de oveja prensada, bordado a mano con escenas del campo y flores de vivos colores, tal como son los colores del Valle). Hay tanto, y valoramos tan poco, hice un viaje al pasado, de esos que agradeces vivir, igual me quería quedar, pero debíamos seguir pedaleando, la medallita de 100 millas me estaba esperando. Como Museo Histórico, abrió sus puertas al público en 1996, y realmente parece que una parte del tiempo quedó detenida ahí, en ni siquiera la mitad de lo que fue, en medio del campo, deteniendo un poquito de historia que se resiste a morir, y estar solo en un libro, o en alguna u otra fotografía… podría decir tanto, pero la invitación a conocer, aventurarse y vivir la experiencia queda hecha para quien quiera, porque con poquito se puede hacer y disfrutar mucho… si se animan a seguir pueden seguir camino a Pichidegua y pasar por las Azudas de Larmahue, o también pueden pasar a visitar el Gonfoterio, pero eso será historia para otro divertido y entretenido pedaleo. Continuará…
María Ester Parraguez